Cuando la pandemia se vuelve escritura encarnada (Andalucía, 2021)

Jueves 15 de julio de 2021  

Verano granaínoMonachil , Andalucía

Carta a mis lectorxs*
  
La foto es de Giuditta Pellegrini, Bologna 2020.
All Copyrights Reserved to the artist.
Forma parte de la muestra Pandemica #


Les voy a contar una historia, es un ejercicio autoreflexivo sobre mi proceso de escritura. Esta es la historia de escribir mi trabajo de fin de máster en pandemia sobre o desde mí misma escribiendo el trabajo de fin de máster en pandemia.

Nunca pensé que sería tan difícil hablar sobre o desde mis emociones en pandemia, mejor dicho, pensé que las dificultades serían otras. Creía que el tener mis diarios escritos, mi deseo de escribir, mi recurrente estilo de hacerme preguntas y una estructura para hacerlo a mi favor -una tesina o trabajo de fin de máster-, significarían un esfuerzo grande como cualquier trabajo creativo de investigación, pero posible. Dudaba sobre hacer una autoetnografía porque podía ser muy narcisista hablar sobre mí, por mis privilegios y por lo difícil que sería argumentar algunas cuestiones en términos académicos.

Sin embargo, aunque todo esto también formó parte de mi proceso de investigación y escritura, lo que fue más difícil fue releer mis diarios para escribir los capítulos de análisis de este trabajo de investigación, y mientras lo escribo, contengo las lágrimas, se me cierra la garganta y si cierro los ojos, es como si se me abriera el pecho, me siento muy desnuda, como si me leyeran haciendo líneas con una navaja en el cuerpo.

Lo que fue difícil fue la vulnerabilidad que toqué al leerme a mí misma escribiendo sobre mis emociones y el dolor que me producía releerme, incluso sobre los momentos y emociones placenteras. Además, este trabajo no implica solo un leer los diarios una vez y luego irte a cenar: para escribir y corregir un trabajo de investigación hay que leer y releer varias veces, y eso en este caso, no solo implicaba releerme en tanto leer lo que escribí, sino volver a pasar por el cuerpo todo aquello que escribí.

Repito, nunca pensé que este trabajo me costaría tanto, quizás creí que a mí no me afectaría tanto hablar sobre la pandemia, quién sabe si no fue un acto defensivo, creía que hacerlo desde términos académicos, buscando explicaciones estructurales podría resguardarme de sentirme a mí misma. No imaginé que al principio sería tan desordenada para escribir, que mis interrogantes se dividirían entre los que creía que eran válidos para la academia y los que no, reproduciendo yo misma una distinción que quería evitar, entre lo emocional y lo racional. Aprendí escribiendo este trabajo de fin de máster que analizar las emociones propias, implica un cuidado sagrado, que quizás no había tenido en cuenta a la hora de lanzarme a esta tarea.

Esta dificultad que tenía para leer mis diarios, me trajo a otra experiencia, traumática, dolorosa pero también empoderante de mi vida. En este caso, imprimí todos mis diarios escritos en computadora, para leerlos más fácil en papel y los tuve dos meses al lado de mis libros, mientras leía sobre teorías de las emociones, metodologías, teorías decoloniales, vulnerabilidad y cuerpo. Sin embargo, ese block de hojas con mis diarios impresos me miraba de lejos y no podía tocarlo, abrir esa primera página, era tocar algo de mí que no sabía y que quizás no podía, aunque ahora era el objetivo académico, autoimpuesto, el que me obligaba a hacerlo.

Esta sensación de tener la obligación de hacer algo que implica “hablar de lo que no se habla”, no era nueva. Me transportó en el tiempo, ocho años atrás, a ese evento en mi historia personal que suelo resumir en “cuando hice la denuncia”. Quienes me conocen saben a lo que me refiero, pero intentaré resumirlo: cuando denuncié a mi ex jefe por acoso sexual y laboral, el director ejecutivo de la Comisión Provincial por la Memoria, en la Provincia de Buenos Aires, en Argentina. Es paradójico que sea la comisión por la memoria ahora que escribo estas líneas, así como es paradójico que fuera un organismo de derechos humanos donde denunciaba un abuso de poder y violencia laboral y de género. Para hacer esta denuncia, fui acompañada por un colectivo feminista de la patagonia, La Revuelta, y una de las tareas que tuve que hacer fue escribir esa denuncia, es decir recordar, enumerar y relatar en un papel, en ese momento también en mi computadora, los hechos de violencia que me llevaban a denunciar. Esa tarea fue la más difícil de todo el proceso, que duró un año, se mediatizó a nivel nacional e implicó mucho desgaste emocional para mí pero también muchos aprendizajes. Esta tarea “difícil” de poner en palabras hechos que me había callado durante varios meses era, a la vez, la más importante, el “corazón” de la denuncia. Por eso quizás vuelvo a ella, porque también aquí me propuse investigar desde la corazonada.

Finalmente tuve que irme de viaje, con mi pareja de ese entonces, para dedicarme a eso que era la materia prima para la denuncia, mi testimonio. Recuerdo mis sensaciones corporales, como si me sintiera desconectada de mi cuerpo, esa sensación de estar “flotando”, sin tierra firme, mi evasión, mi dificultad para dormir mientras lo hacía. Algo de todo eso, volvió con este trabajo de fin de máster. Esta denuncia es un evento muy analizado en mi vida, en diversos procesos psicoterapéuticos, en muchas charlas con amigxs y compañerxs activistas, en mis diarios y notas, con especialistas en la temática de violencias de género. Es también, para mí, el momento donde ubico mi despertar feminista y mi activismo, me hice feminista en este momento, acompañada de muchas activistas que no me conocían y pusieron cuerpo, tiempo, energía y corazón, en cuidarme y dar fuerza a mi voz, hasta que se hiciera justicia.

Estos meses volví a ese momento, aunque ahora no tenía que sentarme a escribir “la denuncia”, tenía que releer mis diarios, que había decidido que serían una de las fuentes para escribir mi autoetnografía de la pandemia y, sin embargo, aunque creía que no iba a tener que recordar esos sucesos porque ya estaban escritos, las emociones y esa incomodidad que describo en los diarios volvieron a mí, incluso antes de leerlos. Esa memoria no discursiva de la que habla Teresa Del Valle (1999) encarnada e íntima, con una potencia arrolladora uniendo pasado y presente.

En ese block de hojas impresas con mis diarios estaban mis diarios de cuarentena -en Italia, los primeros meses de pandemia en 2020- y mis diarios de enfermedad - cuando tuve Covid-19 a inicios del 2021-. Mi proyecto inicial para este trabajo de fin de máster era muy ambicioso, quería hacer mi trabajo de investigación desde el inicio de la pandemia hasta ahora: pensé en tres momentos, la cuarentena inicial, los desplazamientos de Italia a España en octubre 2020 y la enfermedad en 2021. Sin embargo yo, que tanto había reflexionado sobre el tiempo y las temporalidades al inicio de este proyecto, cuyo primer título era “temporalidades confinadas”, no tuve en cuenta los tiempos emocionales que implicaban escribir sobre mí, por un lado, y escribir sobre mis emociones como tema del cual reflexionar, por otro lado. ¿Qué significa hablar de las emociones pandémicas, sin que la pandemia haya terminado? No puedo dar una respuesta única, pero, aunque a veces lo neguemos, sobre todo si nuestra cotidianeidad privilegiada permite reconocer algunos rastros de la vida pre-pandémica, aún estamos viviendo la pandemia.

En estos días lo que me sucedió es que me di cuenta que no podía llevar a cabo este proyecto como lo había imaginado y, aunque esto suele pasar en muchos proyectos de investigación, sobre todo desde epistemologías feministas que nos permitimos discutir sobre el proceso de investigación y las mutaciones de sus interrogantes y sus objetivos, en mi caso, mi propio cuerpo me puso un freno. El lunes por la noche me desperté con mucho dolor de panza, no entendía bien qué me pasaba, pero sabía que eran nervios o incomodidad, una sensación corporal que debía escuchar, la lectura de esa sensación física era que algo estaba revuelto y que debía aflojarse, como ese dolor de panza.

Al día siguiente lo entendí, también acompañada por mi terapeuta que escuchó lo que no podía decir hacía días: “No puedo releer mis diarios de la enfermedad, no sé por qué, pero mi cuerpo no puede”. ¿Será porque de estos primeros diarios tengo más distancia temporal y emotiva para hacerlo? Aún no lo sé, pero decidí cuidarme, y el cuidado es uno de los temas de este trabajo de fin de máster aunque no haya sido esbozado como su “tema de investigación”.

Reflexionar y analizar las emociones me hicieron volver al cuerpo, como primer territorio político desde donde parten nuestras investigaciones (Rich, 1984) y, por ende, al cuidado. Y esta no es una enseñanza solo personal, es la perspectiva política feminista y los años de activismos colectivos que acompañan este trabajo de investigación, la que lo enmarca. Además, entender las emociones desde una perspectiva social y cultural más amplia, que aquella meramente psicológica, implica también darnos cuenta cuánto nos falta en materia de “educación emocional” como sociedad. Uso las comillas pero no es un slogan, cuidarnos atendiendo a nuestras emociones, es también una postura ética-política comprometida con un presente complejo.

Cómo explicar lo que sentí cada vez que escuché o leí la noticia de una muerte de algún ser querido o querido por mis afectos, a causa de alguna complicación por Covid-19. Además de lo que puedo verbalizar como dolor o desgarro, en cada muerte descubría una herida que me planteaba ciertos interrogantes éticos, ¿para qué escribo sobre el Covid ahora mismo? ¿Por qué hablo de mi experiencia si hay personas que se están muriendo? ¿Tiene sentido esto que hago ahora mismo?

Mientras estoy terminando esta carta, me avisan que salió un artículo de Vir Cano (2021b) que habla de “las muertes compartidas”, y algo de lo que dice, me resuena en el pecho me sensibiliza:

Los duelos no piden permiso. Las pandemias tampoco. Irrumpen y nos hacen temblar. Incluso a pesar de nuestro profundo deseo de hacer como si nada hubiera pasado, como si no hubiéramos perdido un mundo y muchísimas certezas. Pero por mucho que queramos distraernos, ya sea movidxs por la urgencia (bastante necia) de volver a una “nueva normalidad” o por el temor a parar un minuto y tener que lamentar lo perdido; todxs sabemos que -sin importar qué ocurra de ahora en más- algo (nos) ha pasado y tendremos que aprender a vivir con ello. Nuestro mundo tiene una nueva y purulenta herida abierta que apenas si sueña con ser cicatriz, y parece que no tenemos siquiera el tiempo o la energía suficiente para con-dolernos por esta nuestra pérdida irreparable, para llorar a los millones de muertxs que acumulamos desde que se desató esta pesadilla que nos ha arrebatado tanto, para despedirnos de todo eso que se fue con ellxs. (Cano, 2021b)

Cuántas veces me sentí angustiada porque mi novia no podía viajar desde Argentina “es como si estuvieramos en guerra, no sabemos cuándo nos podremos volver a ver” porque los vuelos se cancelaban constantemente, o cuando mis amigxs me contaban historias de sus familiares y amigxs en otras parte del mundo, la que fue mamá y su pareja no pudo estar presente en el parto, porque estaba en otro país y estaba prohibido viajar, a la que se murió su tía y no pudieron hacer el velorio, es decir, despedirla, o el miedo cuando una amiga se enferma y todo lo que implica el aislamiento y la cuarentena, y no me refiero al año pasado, sino a estos días. O las cuestiones geopolíticas y coloniales en nuestras propias vivencias del Covid, por ejemplo, el hecho de que mi mamá esté vacunada con la Sputnik, la vacuna rusa, y con esta vacuna no puede ingresar a Europa, ya que no está habilitada para hacerlo. Creí que iba a poder venir para mi graduación y compartir con ella un evento tan importante, después de tanto tiempo. Mientras escribo me doy cuenta que la última vez que fui a Argentina no había pandemia, y que aunque fue hace un año y medio, siento que pasaron siglos. El tiempo se expande, se sale de esos marcos cronológicos, ante momentos como éste, cuántas ganas tengo de darle un abrazo, cuántas corazas tuve que ponerme para atravesar todos estos meses alejada de quienes más quiero en Argentina.

La semana pasada, mientras luchaba con mi resistencia a leer mis diarios, me vacunaron -la primera dosis- y me volví a sentir afiebrada y pienso, ¿por qué digo me volví?, es porque este mismo hecho, acompañado de estar escribiendo sobre la pandemia en el trabajo de fin de máster, me hizo volver atrás en el tiempo. Es parte de esto que escribo, tocar las emociones nos conecta, conecta tiempos no cronológicos, conecta cuerpos a distancia, conecta historias con otras, conecta con lo que estaba oculto en nuestro automatismo cotidiano, a pesar que muchas veces, preferimos vivir en ese loop adormecido donde no hay sobresaltos, donde todo parece ir encaminado hacia un lugar preciso y definido. Las emociones nos conectan con nuestras propias vivencias en principio, incluso con pensamientos de situaciones que no hemos vivido, y muchas veces estas son experiencias de dolor, de sufrimiento, de soledad, no siempre queremos hacerlo. No siempre podemos.

Escribir este trabajo de investigación me reveló que el dolor que siento por la encarcelación de Patrick es inenarrable, que también es una de las razones por las que comencé a escribir sobre las emociones, quizás es porque él no puede hacerlo, no puede hablar de lo que siente sin ser violentado, solo puede enviar pequeñas cartas encriptadas para decirnos que está bien. Aunque pareciera que esto nada tiene que ver con él, en mi vivencia hay un daño, “me quitaron un compañero y además pandemia”, dije algún día.

El daño tiene una historia, aunque esa historia esté construida a partir de una combinación de elementos a menudo sorprendentes, que no están disponibles como una totalidad. El dolor no es simplemente el efecto de una historia de daño: es la vida corporal de esa historia(Ahmed, 2015, p. 68)

La vida corporal de esta historia es que no sabía antes de hacer este trabajo de fin de máster que me iba a sentir tan insegura, indecisa y expuesta analizando mis propios diarios, porque en mi experiencia pasada, cuando había escrito otra tesina, para mi carrera de Sociología, las inseguridades me llevaban a otros interrogantes, cuando analizamos desde nuestro lugar académico “autorizado”, las voces de otrxs, entrevistas, fuentes históricas, observaciones etnográficas, discursos, declaraciones mediáticas, ¿nos hacemos todas estas preguntas? Desde las metodologías y epistemologías feministas creo que la respuesta es sí. Pero qué pasa cuando lo que estudiamos se encarna en nuestra experiencia, esas preguntas se inscriben en nuestro cuerpo, las respuestas tienen que ver con nuestra propia vivencia, ¿cuánto de nuestras historias de daño, se reviven al hacernos estas preguntas?

Quizás desde propuestas teóricas feministas siempre estamos hablando desde y de nosotras mismas y por ello pude arriesgarme a escribir este trabajo, pensando en un espacio-tiempo-cuerpo (triada que se instala para mí como una, a partir de este trabajo) donde no se pusiera tanto en juego la legitimidad y el valor de lo que escribimos al hacerlo desde el yo. Así y todo, en estas mismas palabras leo mi miedo a que otrxs me lean.

¿Querías hacer una autoetnografía? ¡Tenga! Te pone en un lugar muy vulnerable y te expone mucho. A mi me parece muy valiente. [Rafa, amigo y compañero del máster, mensaje de audio personal, 11 de julio 2021].

No sé si es sinónimo de ser valiente mostrarse vulnerable, pero sí sé que es una apuesta, un desafío, porque en un mundo capitalista deshumanizador, extractivista y violento, dejar abiertas las cicatrices de la piel, puede costarnos la vida. Lo que entendí durante el proceso, es que narrar desde el yo y escribir desde un punto de vista autoetnográfico me permitió aprender acerca de nuestros lugares de enunciación, de nuestras emociones y de la pandemia, que al menos, a mí, me vulnerabilizó.

A lo largo de estas palabras se hizo más claro el proceso, creí que para hacer una autoetnografía de mis emociones en pandemia tenía que “justificarlo” hablando no solo de los días de cuarentena, sino de la enfermedad, de las políticas comparadas entre ambos países que transité en este periodo, como el toque de queda y sus consecuencias, pero en este proceso de escritura reflexiva me di cuenta que tenía que hablar de cómo me sentía ahora, y de la potencia problemática de identificar y reflexionar con y sobre mis emociones para producir interrogantes de investigación que parten de mí pero me exceden, tienen la marca íntima de mi experiencia pero parten de las emociones como el enojo, la indignación, la desesperación, el asombro, el bienestar, la curiosidad por ver cómo afecta este fenómeno que vivimos y compartimos globalmente de maneras tan disímiles, y a veces perversas para quienes se encuentran en situaciones de menor privilegio.

Mis emociones dan cuenta de mi vivencia situada y corporizada de la pandemia, y este hecho no significa que puedo despegarme de ellas para escribir sobre ellas, estoy en constante relación con ese estado emocional pandémico, que aún implica vaivenes de incertidumbre, desconcierto, aceptación, ansiedad, miedo y aprendizaje. Ahora mismo seguimos usando mascarilla en espacios cerrados, las clases y los exámenes no siempre son presenciales, todos los espacios que transitamos se ven inundados por alcohol en gel y distanciamiento preventivo, sin ir más lejos, recién mañana conoceré a una de mis profesoras del máster (casi un año después) fuera de las pantallas, ¿cómo y con qué herramientas podemos entonces reflexionar sobre todo ello que aún estamos viviendo?

El reconocimiento de mis privilegios no implica negar mis emociones. En algunos momentos, y gracias a herramientas de trabajo interno como el yoga, la terapia transpersonal, la meditación y a las voces amigas que acompañan en sus diversas formas, logro estados de calma, puedo reírme e ironizar sobre lo que pasa. (Satta, 2020a)

Recuerdo esta frase que escribí al inicio de la pandemia. No quiero dejar de reírme, perder mi ironía, ponerme solemne, eso sería perderme a mí misma y también reconozco aquí otra herramienta, la escritura de mis diarios. Advierto el riesgo que implica que llenemos de enumeraciones identitarias, estructuras de privilegio o poder, y descripciones de nuestras trayectorias para enmarcar lo que sentimos para corporizarlo y contextualizarlo “para” la academia, para quién lee, para una ética feminista impoluta, pero que en ese acto mismo nos olvidemos de nuestro propio cuerpo.

Sin embargo, hoy puedo señalar una reflexión muy importante, luego de semanas de dejarme afectar por la pandemia en mi forma de observar, mirar y escribir, tuve dolor de cabeza, de panza, agotamiento, asco y confusión mientras releía mis diarios, y puedo decir que se debe a la encarnadura sobre lo que estoy leyendo y escribiendo.

Siento dolor y no sé bien por qué es, quizás por aquello que perdimos en esta pandemia, para dar paso a otras formas de ser con otrxs. Expresar nuestras emociones por todo lo que no fue, a causa de la limitación del contacto con otros humanos no debería hacernos caer en la trampa de querer volver a la normalidad o la vida "antes de la pandemia", sino a poder reconocer y extraer de esta experiencia pandémica aquello que potencia nuestra vida en común y valorarlo, darle cuerpo, revitalizarlo en este nuevo contexto.

¿Será que hay que “desprivatizar el duelo y colectivizar la herida”, como dice Cano (2021), para no expandir la herida, sino más bien sanarla colectivamente?, en el sentido que nos propone Ahmed cuando nos dice “como he sugerido, las “verdades” de este mundo dependen de las emociones, de cómo mueven a los sujetos, y los mantienen pegados” (2015, p. 258). Por ello, considero que este trabajo es una forma de hacerlo, de colectivizar aquello que siente mi cuerpo, que más allá de mi experiencia emotiva, constituye un archivo corporal y emotivo de nuestra vida en pandemia.

La pandemia es también una nueva oportunidad para reflexionar sobre nuestras experiencias personales y colectivas de investigación feminista afectiva, donde podamos teorizar y acompañarnos desde una “ética del cuidado” (Gillian, 1985) al mismo tiempo que encarnamos la experiencia de la cual damos cuenta.

Si tuviera que resumir entonces sobre qué me hicieron reflexionar mis emociones pandémicas, la respuesta sería múltiple, sobre la muerte, los afectos, el encierro, la soledad, el amor, la casa, los cuidados, la familia, los tiempos, la salud, la vida no humana que nos rodea, la justicia, pero sobre todo, sobre nuestra existencia compartida intra e interespecies y sobre nuestra vulnerabilidad. Y sobre mi vulnerabilidad.

Algunas preguntas se abren, como la herida, ¿será que la pandemia nos enseña esa relación tan esencial que nos repiten una y otra vez los feminismos decoloniales entre cuerpo y territorio? ¿Será posible crear una teoría feminista de las emociones que en el afán de conceptualizar y analizar la dimensión emocional, no nos re victimice en cada argumentación, y cuide nuestros cuerpos -tanto a nivel individual como comunitario- como el territorio desde donde encarnar las transformaciones colectiva que anhelamos?

Paula.

Este escrito se encuentra en el capítulo 4 "Cuando la pandemia se vuelve escritura encarnada" de la tesis "Emociones pandémicas. Sentir la pandemia en el cuerpo", trabajo de fin del Master GEMMA en Estudios de las mujeres y de género, escrita durante la pandemia italiana-española. La tesis y las referencias bibliograficas están disponibles online para descargar gratuitamente en https://digibug.ugr.es/handle/10481/72381 

# https://www.facebook.com/pandemica2020

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Versione italiana; tradotta grazie al lavoro dettagliato e amorevole di Zoe Tarquini, carissima collega del Master GEMMA, compagna romana di avventure in Andalusia e generosa amiga.

Giovedì 15 luglio 2021 

Estate granadina, Monachil, Andalusia  

A* lettor* di questo lavoro di ricerca:

Vi racconteró una storia, si tratta di un esercizio autoriflessivo sul mio processo di scrittura. Questa è la storia dello scrivere la mia tesi di fine master durante la pandemia su e a partire da me stessa scrivendo il lavoro di fine master in pandemia.

Non avrei mai pensato che sarebbe stato cosí difficile parlare delle o a partire dalle mie emozioni durante la pandemia; o meglio detto, pensavo che le difficoltá sarebbero state altre. Credevo che l’avere i miei diari scritti, il mio desiderio di scrivere, il mio stile usuale di farmi domande e una struttura per farlo a mio favore – una tesi -, avrebbero richiesto uno sforzo grande come con qualsiasi altro lavoro di ricerca creativo, ma in ogni caso possibile. Avevo qualche dubbio sul fare un’autoetnografia perché avrebbe potuto essere molto narcisista parlare di me stessa, dati i miei privilegi e la difficoltá di argomentare alcune questioni in termini accademici.

Eppure, anche se tutto questo ha fatto parte del mio processo di ricerca e scrittura, ció che per me è stato più difficile è stato rileggere i miei diari, para escribir los capítulos de análisis de este trabajo de investigación, e ancora adesso mentre lo scrivo contengo le lacrime, mi si chiude la gola e se chiudo gli occhi è come se mi si aprisse il petto, mi sento molto nuda, come se mi leggeste facendo delle linee con un rasoio sul mio corpo.

Ció che é stato difficile é stata la vulnerabilitá e il dolore che ho toccato leggendomi e rileggendomi mentre scrivevo delle mie emozioni, anche di quelle piacevoli. In piú, questo lavoro non implica solo leggere i diari una volta e poi andare a cena fuori: per scrivere e correggere un lavoro di ricerca bisogna leggere e rileggere piú volte. E, in questo caso, questo non implicava solo rileggermi nel senso di leggere ció che avevo scritto, bensí tornare a far attraversare il mio corpo da tutto quello che avevo scritto.

Ripeto, non avrei mai pensato che questo lavoro mi sarebbe costato cosí tanto. Forse pensavo che non mi sarebbe pesato parlare della pandemia; chissá che non sia stato un atto di difesa, credendo che analizzandola da una prospettiva accademica, ricercando spiegazioni strutturali, mi sarei salvaguardata dal sentirmi. Non immaginavo che all’inizio sarei stata cosí disordinata nella scrittura, che le mie domande si sarebbero divise tra quelle che consideravo valide per l’accademia e quelle che non lo erano, riproducendo io stessa una distinzione tra l’emotivo e il razionale che volevo evitare. Scrivendo questa tesi ho imparato che analizzare le proprie emozioni implica una cura sacra, che chissá non avevo tenuto in conto nel momento di lanciarmi in questo compito. 

Questa difficoltá che avevo nel leggere i miei diari mi ha riportato ad un’altra esperienza, traumatica e dolorosa ma anche empoderante della mia vita. Questa volta, ho stampato tutti i miei diari scritti al computer per poterli leggere piú facilmente su carta e li ho tenuti due mesi vicino ai miei libri, mentre leggevo su teorie delle emozioni, metodologie, teorie decoloniali, vulnerabilitá e corpo. Ma quel blocco di fogli con i miei diari stampati mi guardava da lontano e io non potevo toccarlo, aprire quella prima pagina era toccare qualcosa di me che non sapevo e chissá non potevo sapere, anche se ora l’obiettivo accademico, autoimposto, mi obbligava a farlo.

Questa sensazione di avere l’obbligo di fare qualcosa che implica “parlare di ció di cui non si parla” non mi era nuova. Mi ha trasportato nel tempo, a otto anni fa, a quell’evento della mia storia personale che di solito riassumo in “quando ho fatto la denuncia”. Chi mi conosce sa a cosa mi riferisco ma proveró a riassumerlo: quando ho denunciato il mio ex-capo per molestie sessuali e sul lavoro, il direttore esecutivo della Commissione Provinciale per la Memoria, nella provincia di Buenos Aires, Argentina. Ora che scrivo queste righe è paradossale che si tratti della commissione per la memoria, cosí come lo è che fosse all’interno di un’organizzazione di diritti umani il luogo dove denunciavo un abuso di potere e una violenza sul lavoro e di genere. Per fare questa denuncia, sono stata accompagnata da un collettivo femminista della Patagonia, La Revuelta, e uno dei compiti che ho avuto è stato proprio quello di scrivere quella denuncia, ovvero ricordare, enumerare e narrare su carta, anche quella volta sul mio computer, i fatti di violenza che mi portavano a denunciare. Quel compito è stato il piú difficile di tutto il processo, che è durato un anno, ha avuto riscontro mediatico a livello nazionale e ha implicato molto logorio emotivo ma anche tanta formazione. Questo compito cosí “difficile” di mettere per iscritto fatti su cui avevo taciuto per mesi era, allo stesso tempo, il piú importante, il “cuore” della denuncia. Per questo forse torno , perché anche qui mi sono proposta di fare ricerca partendo dal cuore.

Ad un certo punto sono dovuta partire, con la mia compagna/ragazza di quel periodo, per dedicarmi a quella che era la materia prima della denuncia, la mia testimonianza. Ricordo le mie sensazioni corporali, come se mi sentissi disconnessa dal mio corpo, quella sensazione di star “galleggiando”, senza una terra ferma, e la mia evasione, la mia difficoltá a dormire mentre lo facevo. Qualcosa di quel momento è tornato con questa tesi. Quella denuncia è un evento molto analizzato della mia vita: con processi psicoterapeutici, in molte chiacchiere con amicu e compagn* attivistæ, nei miei diari e appunti, con specialist* sul tema della violenza di genere. Quello é anche, per me, il momento dove vedo il mio risveglio femminista e del mio attivismo: sono diventata femminista in quel momento, accompagnata da molte attiviste che non mi conoscevano e che hanno messo corpo, tempo, energia e cuore nel prendersi cura di me e nel dare forza alla mia voce, finché non si fosse fatta giustizia.

In questi mesi sono tornata a quel momento, ma adesso non dovevo sedermi a scrivere “la denuncia”, dovevo rileggere i miei diari, che avevo deciso sarebbero stati una delle fonti per scrivere la mia autoetnografia pandemica. E nonostante credessi che non avrei avuto bisogno di ricordare quegli eventi perché erano già scritti, le emozioni e quel disagio che descrivo nei diari sono tornati a me, addirittura prima di leggerli. Quella memoria non discorsiva di Teresa del Valle incarnata e intima, con la sua potenza travolgente che unisce passato e presente.

In quel blocco di fogli stampati c’erano anche i miei diari di quarantena -in Italia, i primi mesi della pandemia nel 2020- e quelli della malattia -quando ho avuto il Covid all’inizio del 2021-. Il mio progetto iniziale per questa tesi era molto ambizioso, volevo fare la mia ricerca dall’inizio della pandemia fino ad ora, ho cosí pensato a tre momenti: la quarantena iniziale, gli spostamenti tra Italia e Spagna nell’ottobre del 2020 e la malattia del 2021. Proprio io che avevo riflettuto tanto sul tempo e le temporalitá all’inizio di questo progetto, il cui primo titolo era proprio “temporalitá confinate”, non ho preso in considerazione i tempi emotivi che implicava da un lato il fatto di scrivere su me stessa, e dall’altro l’analisi delle mie emozioni come base della riflessione. Che cosa vuol dire parlare delle emozioni pandemiche, con una pandemia ancora in corso? Non posso dare un’unica risposta ma, anche se a volte lo neghiamo, soprattutto quando la nostra realtá privilegiata ci permette riconoscere tratti della vita pre-pandemica, stiamo ancora vivendo la pandemia. 

In questi giorni mi sono resa conto che non avrei potuto portare a termine questo progetto come lo avevo immaginato e, nonostante questo succeda in molti progetti di ricerca, soprattutto se lo si fa a partire da epistemologie femministe nelle quali ci permettiamo di discutere sul processo di analisi e sulla trasformazione dei suoi interroganti e obiettivi, nel mio caso è stato il mio proprio corpo a mettermi un freno. Lunedí notte mi sono svegliata con un forte mal di pancia, non capivo bene cosa mi stesse succedendo ma sapevo che erano nervi o disagio, una sensazione corporea che dovevo ascoltare: la lettura di quella sensazione fisica era qualcosa che era aggrovigliato e doveva sciogliersi, proprio come quel dolore alla pancia.

L’ho capito il giorno dopo, accompagnata dalla mia terapeuta che ha ascoltato quello che non potevo dire da giorni: “Non posso rileggere i miei diari della malattia, non so perché, ma il mio corpo non ce la fa”. Forse è perché ho piú distanza temporale ed emotiva dai miei primi diari per farlo? Ancora non lo so, ma ho deciso di prendermi cura di me, e la cura è una delle tematiche di questa tesi nonostante non sia stato esplicitato come “tema di ricerca”. 

Riflettere e analizzare le emozioni mi ha fatto tornare al corpo, come primo territorio politico da dove nascono le nostre ricerche (Rich) e, infine, alla cura. E questo non è un apprendimento solo personale, la cornice è infatti la prospettiva politica femminista e gli anni di attivismi collettivi che accompagnano questo lavoro di ricerca. Inoltre, comprendere le emozioni da una prospettiva sociale e culturale piú amplia rispetto a quella meramente psicologica implica anche il renderci conto di quanto la nostra societá sia carente in materia di “educazione emotiva”. Uso le virgolette ma questo non é uno slogan: prenderci cura di noi stess* ascoltando le nostre emozioni è un posizionamento etico-politico impegnato in un presente complesso.

Come spiegare quello che ho sentito ogni volta che ho ascoltato o letto la notizia della morte di un essere amato, o amato dai miei affetti, a causa di una qualche complicazione per il Covid-19? Oltre a quello che riesco a verbalizzare come dolore o lacerazione, in ogni morte scoprivo una ferita che mi metteva davanti a questioni etiche. Perché sto scrivendo sul Covid ora come ora? Perché parlo della mia esperienza se ci sono persone che stanno morendo? Ha senso quello che sto facendo?

Mentre sto finendo di scrivere questa lettera, mi avvisano che é uscito un articolo di Vir Cano (2021b) che parla de “le morti condivise” e qualcosa di quello che dice mi risuona nel petto, mi sensibilizza:

I dolori non chiedono il permesso. Le pandemie nemmeno. Irrompono e ci fanno tremare. Nonostante il nostro profondo desiderio di fare come se niente fosse successo, come se non avessimo perso un mondo e moltissime certezze. Ma per quanto vogliamo distrarci, che sia moss* dall’urgenza (piuttosto sciocca) di tornare a una “nuova normalitá” o per il timore di fermarci un minuto e dover rimpiangere la perdita; tutt* sappiamo che – senza importare cosa succederá d’ora in avanti – qualcosa (ci) è successo e dovremo imparare a conviverci. Il nostro mondo ha una ferita nuova e purulenta che puó appena sognare di essere una cicatrice, ma sembra che non abbiamo nemmeno il tempo o l’energia sufficiente per con-dogliarci di questa nostra perdita irreparabile, per piangere i milioni di mort* che accumuliamo da quando si è scatenato questo incubo che ci ha presi cosí tanto, per salutarci da tutto ció che se ne è andato con loro. (Cano, 2021b)


Quante volte mi sono sentita angosciata perché la mia ragazza non poteva viaggiare dall’Argentina: “è come se fossimo in guerra, non sappiamo quando potremo rivederci” perché i voli venivamo continuamente cancellati, o quando i miei amicu mi raccontavano storie dei loro familiari e affetti in altre parti del mondo: di quella che é diventata mamma e il cui compagno non è potuto essere presente durante parto, perché era in un altro paese ed era proibito muoversi, quella a cui è morta la zia e la cui famiglia non ha potuto fare il funerale, cioè salutarla; oppure la paura quando un’amica si ammala e tutte le implicazioni che vengono dell’isolamento e la quarantena, e non mi riferisco all’anno scorso, ma a questi giorni. E ancora, le questioni geopolitiche e coloniali presenti nella nostra esperienza del Covid: ad esempio, il fatto che mia mamma sia vaccinata con lo Sputnik, il vaccino russo, con il quale non puó entrare in Europa, dato che non le è permesso. Credevo che sarebbe potuta venire per la mia laurea e che avrei potuto condividere con lei un evento cosí importante, dopo tanto tempo. Mentre scrivo mi rendo conto che l’ultima volta che sono stata in Argentina non c’era la pandemia e che, anche se è passato un anno e mezzo, mi sembrano secoli. Il tempo si espande, esce dai classici quadri temporali, in momenti come questi, quanto vorrei darle un abbraccio, quante corazze ho dovuto indossare per attraversare tutti questi mesi lontana da chi piú amo in Argentina.

La scorsa settimana, mentre lottavo contro la mia riluttanza a leggere i miei diari, mi hanno vaccinata – la prima dose – e di nuovo mi sono sentita affebbrata. E penso, perché dico di nuovo? È perché questo fatto, accompagnato dallo star scrivendo della pandemia nella mia tesi, mi ha fatto tornare indietro nel tempo. È parte di ció che scrivo, toccare le emozioni ci connette, connette tempi non cronologici, connette corpi a distanza, connette storie con altre, connette ciò che era nascosto nel nostro automatismo quotidiano, nonostante molte volte preferiamo vivere in quel loop addormentato senza soprassalti, dove tutto sembra essere incamminato verso un luogo preciso e definito. Le emozioni ci connettono prima di tutto con le nostre esperienze, incluso con pensieri riguardanti situazioni che non abbiamo vissuto, e molte volte sono esperienze di dolore, sofferenza, solitudine, non sempre vogliamo farlo. Non sempre possiamo.

Scrivere questo lavoro di ricerca mi ha rivelato che il dolore che sento per l’incarcerazione di Patrick è inenarrabile, che è una delle ragioni per le quali ho iniziato a scrivere delle emozioni, chissá perché lui non puó farlo, non puó parlare di ció che sente senza essere violentato, puó solo inviare piccole lettere criptate per dirci che sta bene. Anche se sembra che questo non abbia niente a che vedere con lui, nel mio vissuto c’è un danno, “mi hanno tolto un amico e in piú, la pandemia”, ho detto una volta.

Ma il danno ha una storia, anche se quella storia è costruita a partire da una combinazione di elementi spesso sorprendenti che non sono disponibili come un tutto omogeneo. Il danno non è semplicemente l’effetto di una storia di dolore: è la vita corporale di quella storia (Ahmed, 2015, p. 68).

La vita corporale di questa storia è che non sapevo, prima di iniziare questa tesi, che mi sarei sentita cosí insicura, indecisa ed esposta nell’analizzare i miei propri diari perché nelle mie esperienze passate, quando avevo scritto per la mia laure in Sociologia, le insicurezze mi portavano a pormi altre domande. Quando analizziamo dalla nostra posizione accademica “autorizzata” la voce di altrx, interviste, fonti storiche, osservazioni etnografiche, discorsi, dichiarazioni mediatiche, ci facciamo tutte queste domande? Credo che la risposta dalle metodologie ed epistemologie femministe è sí. Ma che succede quando ció che studiamo si incarna nel nostro vissuto, quando quelle domande si inscrivono nel nostro corpo e le risposte hanno a che vedere con la nostra vita: quanto delle nostre storie di dolore si rivivono al porci questi interroganti?

Forse, scrivendo dalle proposte teoriche femministe parliamo sempre a partire da e di noi stesse e per questo ho potuto correre il rischio di scrivere questa tesi, pensando ad uno spazio-tempo-corpo (triade che si costruisce per me come un uno, dopo questo lavoro) nel quale non si metta tanto in dubbio la legittimitá e il valore di ció che scriviamo se fatto a partire dall’io. Eppure, in queste stesse parole leggo la mia paura a che altrx mi leggano.

Volevi fare un’autoetnografia? Ben ti sta! Ti mette in una posizione molto vulnerabile e ti espone molto. A me sembra molto coraggioso. [Rafa, amigo y compañero del máster, mensaje de audio personal, 11 de julio 2021].

Non so se é un sinonimo di essere coraggiosx mostrarsi vulnerabili ma so che è una scommessa, una sfida, perché in un mondo capitalista disumanizzante, estrattivista e violento lasciare aperte le cicatrici della pelle ci puó costare la vita. Ció che ho capito nel corso di questo processo è che narrare a partire dall’io e scrivere da un punto di vista autoetnografico mi ha permesso conoscere i nostri luoghi di enunciazione, le nostre emozioni e la pandemia che, almeno nel mio caso, mi ha reso vulnerabile.

Nello scrivere queste parole si é fatto piú chiaro il percorso vissuto: credevo che per fare un’autoetnografia delle mie emozioni durante la pandemia avrei dovuto “giustificarmi” parlando non solo dei giorni di quarantena, ma anche della malattia o delle politiche comparate di entrambi i paesi nei quali ho vissuto in questo periodo, come il coprifuoco e le sue conseguenze. Ma nel mentre del processo di scrittura riflessiva mi sono resa conto che avrei dovuto parlare di come mi sento ora, e della potenza problematica di identificare e riflettere con e sulle mie emozioni per produrre domande di ricerca che partono da me ma che mi oltrepassano, che hanno il segno intimo della mia esperienza ma che partono da emozioni come la rabbia, l’indignazione, la disperazione, lo stupore, il benessere, la curiositá dello scoprire come ci influenzerá questo fenomeno che viviamo e condividiamo globalmente in modi cosí diversi e a volte perversi per chi si trova in situazioni meno privilegiate.

Le mie emozioni rendono conto del mio vissuto situato e corporeizzato della pandemia, e questo non vuol dire che posso distaccarmene per scriverci su, sono in costante relazione quello stato emotivo pandemico, che ancora implica saliescendi di incertezza, smarrimento, accettazione, ansia, paura e apprendimento. Ora come ora, continuiamo ad usare la mascherina in spazi chiusi, le lezioni e gli esami non sono sempre presenziali, tutti gli spazi che frequentiamo sono inondati dall’alcohol in gel e il distanziamento preventivo. Senza andare troppo in lá, solo domani conosceró una delle mie professoresse del master (quasi un anno dopo) fuori dallo schermo. Come e con quali strumenti possiamo dunque riflettere su tutto ció che stiamo ancora vivendo?

Il riconoscimento dei miei privilegi non implica la negazione delle mie emozioni. In alcuni momenti, e grazie a strumenti di lavoro interno come lo yoga, la terapia transpersonale, la meditazione e le voci amiche che mi accompagnano nelle loro forme svariate raggiungo stati di calma, posso ridere e ironizzare di ció che succede (Satta, 2020a).

Ricordo questa frase scritta all’inizio della pandemia. Non voglio smettere di ridere, né perdere la mia ironia e diventare solenne: questo sarebbe perdere me stessa. E anche qui riconosco un altro strumento, la scrittura dei miei diari. Percepisco il rischio che implica il riempire di enumerazioni identitarie, strutture di privilegio o potere e descrizioni delle nostre traiettorie per inquadrare ció che sentiamo con l’obiettivo di corporizzarlo e contestualizzarlo “per” l’accademia, per chi legge, per un’etica femminista immacolata, ma che in quello stesso atto ci dimentichiamo del nostro stesso corpo.

Nonostante tutto, oggi posso indicare una riflessione molto importante, dopo settimane nelle quali mi sono lasciata influenzare dalla pandemia nella mia forma di osservare, guardare e scrivere, dopo aver avuto mal di testa, di pancia, sfinimento, schifo e confusione mentre rileggevo i miei diari, e posso dire che questo si deve all’incarnazione di ció che sto leggendo e scrivendo.

Sento dolore e non so bene perché, forse per ció che abbiamo perso in questa pandemia, per dare spazio ad altri modi di essere con altrx. Esprimere le nostre emozioni per tutto ció che non é stato, a causa della limitazione del contatto con altri umani non dovrebbe farci cadere nella trappola di voler tornare alla normalitá o alla vita “prima della pandemia”, ma a poter riconoscere ed estrarre da questa esperienza pandemica ció che potenzia la nostra vita in comune e valorizzarlo, dargli corpo, rivitalizzarlo in questo nuovo contesto.

Bisogna forse “deprivatizzare il dolore e collettivizzare la ferita”, come dice Cano (2021) per far sí che non si espanda e al contrario, curarla collettivamente nel senso che ci propone Ahmed quando ci dice “come ho suggerito, le ‘veritá’ di questo mondo dipendono dalle emozioni, da come muovono i soggetti e li mantengono appiccicati (2015, p. 258). Per questo, considero che questo lavoro è un modo di farlo, di collettivizzare ció che sente il mio corpo che, piú in lá della mia esperienza emotiva, costituisce un archivio corporale ed emotivo della nostra vita pandemica.

La pandemia é anche una nuova opportunitá per riflettere sulle nostre esperienze personali e collettive di ricerca femminista affettiva, da cui possiamo teorizzare e farci accompagnare da un’”etica della cura” (Gillian, 1985) mentre incarniamo l’esperienza della quale rendiamo conto.

Se dovessi dunque riassumere su cosa mi hanno fatto riflettere le mie emozioni pandemiche, la risposta sarebbe multiple: sulla morte, gli affetti, l’isolamento, la solitudine, l’amore, la casa, le cure, la famiglia, i tempi, la salute, la vita non umana che ci circonda, la giustizia e, soprattutto, sulla nostra esistenza condivisa intra e interspecie e sulla nostra vulnerabilità. E sulla mia vulnerabilitá.

Alcune domande si aprono, come la ferita. Forse la pandemia ci insegna quella relazione cosí essenziale che ci ripetono costantemente i femminismi decoloniali tra corpo e territorio? Sará possibile creare una teoria femminista delle emozioni che, nell’affanno di concettualizzare e analizzare la dimensione emotiva, non ci torni a vittimizzare in ogni argomentazione e che abbia cura dei nostri corpi – da un punto di vista individuale cosí come comunitario – come il territorio da dove incarnare le trasformazioni collettive che aneliamo?

Paula




Comentarios

Entradas populares de este blog

Mi fai paura /ME DAS MIEDO

A mí el lesbianismo me regaló la poesía.

las vidas mestizas//