Aquel día que volví de Barcelona pensé en las formas inesperadas en que las vidas mestizas se interconectan. Los primeros días me quedé en casa de mi amiga Andre, en la Barceloneta. El día antes de mudarme a mi otro barrio catalán, como es mi costumbre nómade de visita en la ciudad, aproveché para ir a una peluquería para "hombres", barberia le dicen aquí en Italia. Quería solo raparme un lado de la cabeza, y entonces me dije, para qué voy a ir a una peluquería de esas que salen más de treinta euros. Al entrar vi dos muchachos jóvenes con cortes de pelo como el mío, me sumergí en los colores estridentes y el sonido de la música desconocida que reconocí como de idioma arabe con una base latina, un ritmo mestizo. Sin lugar a dudas me resultó agradable, incluso familiar. Me saludó uno de los dos muchachos y me hizo sentar. Él, José, un colombiano que después de confirmar mi acento en las dos primeras palabras que dije, se pegó a mi argentinidad y empezó a relatar las peripecia